Si todo hubiera salido como debiera hoy os estaría hablando de que tal fue la experiencia de la ruta literaria por las calles de La Llagosta donde se leerían pasajes de Amonathep. Coincidiendo, además, con su primer aniversario. Pero no pudo ser como digo. Es una lástima pues me apetecía muchísimo hacerlo y además creo que podía ser muy chulo.
Pero la metereología no nos pirmitió celebrarlo, pero habrá otras ocasiones, cuando el tiempo sea más agradable y todos estemos más a gusto bajo el sol. Por supuesto os avisaré cuando eso ocurra para que me acompañéis en este acto. Mientras eso llega, os dejo un fragmento de lo que se iba a leer ese día.
Víctor colgó. Le encantaba llamar por aquella cabina, sobre todo desde que
descubrió que no mostraba el número.
Luego metió otra moneda en la cabina y
marcó un nuevo número y esperó a que le contestaran.
—Parroquia ¡Mànim! — le dijo una voz con
acento catalán.
—Padre Gerardo, he de hablar con usted, es urgente.
—¿Qué pasa?
—Quiero confesarme padre, pero no me gusta hacerlo en la
iglesia, me da claustrofobia, prefiero los lugares abiertos. ¿Qué tal si nos
vemos en diez minutos en la plaza Europa?
—Pero, ¿qué es eso tan serio que has hecho y que no puede
esperar a mañana?
—He matado a dos personas, en diez minutos.
Cuando acabó la frase colgó sin esperar
respuesta. Volvió a descolgar el teléfono e hizo ver que charlaba. Cuando un
sacerdote con gesto de preocupación y andando a toda velocidad se cruzó por delante de él no le prestó la
mínima atención.
Entonces Víctor volvió a colgar, se montó
en la bicicleta de montaña que había junto a él y se marchó. Sabía que la
bicicleta y la juventud le daban ventaja, pero aun así aceleró la marcha.
Necesitaba llegar antes para tener superioridad.
Cuando llegó sonrió, no solo no había
llegado el sacerdote sino que además no había nadie. Ocultó la bicicleta tras
un banco y se metió en el rincón más oscuro hasta que escuchó los pasos
acelerados de un hombre preocupado y como este decía:
—¿Estás aquí hijo?
—Sí, padre, aquí estoy— le contestó.
—Dónde?
—Es igual, lo que tengo que decirle es muy grave.
—Este no es el mejor lugar para…
—Para mí sí.
—¿Dice que ha matado a dos personas?
—Sí padre, ¿sabe la prostituta esa de las noticias?, pues ella
fue la primera.
—¿Tú la mataste?, pero ¿por qué?
—Eso no importa.
—¿Y la segunda? — Preguntó el sacerdote más por curiosidad que por querer
saberlo.
—¿Estoy bajo secreto de confesión?
—¡Por supuesto hijo!
—La segunda víctima aún no se ha producido, todavía no, pero
casi, la segunda víctima es… usted padre Gerardo.
Por hoy es todo, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.
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