viernes, 30 de marzo de 2018

Si hay una Oui-ja rota...

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

Puede que a alguien le sorprenda el título de la entrada, pero en realidad se trata del de un relato que voy a compartir con vosotros, lo escribí hace bastantes años pero a mi me gusta mucho. Lo quiero rescatar del olvido y compartirlo con vosotros precisamente por ese motivo (porque me gusta). Sin más, el relato dice así:

Me llamo Clark Neuville vivo en Quebec y soy investigador privado. Sobre mi mesa se amontonan infinidad de carpetas con los informes de los casos ya resueltos, los que están por resolver y los que no hay forma humana de  resolver. Cojo la botella de Jack Daniel’s que descansa en el cajón inferior de mi escritorio metálico y bebo un largo trago de ella y tras taparla vuelvo a guardarla en su cajón. Vuelvo a meter la cabeza en el informe del asesino del Yukón, aún no me explico cómo hace ese cabrón para que no lo pillen.
Suena el teléfono en la habitación contigua, lo dejo sonar tres veces hasta que recuerdo que mi secretaria, Tiffany, hace dos días que se despidió. Por otra parte es lógico, todavía le debo tres meses, lo raro es que no lo hiciese antes. Descuelgo el auricular y lo acerco a mi oído derecho ya que en el izquierdo llevo un aro de oro y me molesta para hablar por teléfono. La voz que sale del aparato es de un hombre mayor, según dice,  mi abuelo me ha dejado la antigua casa familiar y todo lo que haya en ella en herencia. Puedo pasar cuando quiera a buscar las llaves. La primera buena noticia que recibo en varios meses. Parece que volveré a tener secretaria.
Tras colgar el teléfono cojo nuevamente el auricular y marco el número de mi viejo amigo Jacques. Es un tasador de primera. Tras explicarle la situación me cita delante de esa casa dentro de una hora. Tengo tiempo suficiente para pegarle otro tiento al Jack.
Salgo de mi oficina del antiguo edificio de la policía y me subo en mi adorado Mustang del 68. Arranco directamente en segunda y tras pasarme por la oficina del notario para recoger las llaves de la casa que he heredado llego ante la puerta de aquel caserón. Hacía tiempo que no venía por aquí y la recordaba acogedora y agradable. Ahora más bien me parece tétrica y un poco macabra. Busco con la vista a Jacques Lemieux, él es el mejor en su trabajo, y lo encuentro sentado en el capot de su viejo Ford Berlina. Me saluda alzando las cejas y yo le devuelvo el saludo de la misma manera. Luego se acerca lentamente a mí y nos fundimos en un abrazo, hacía mucho que no nos veíamos. Jacques saca una petaca del bolsillo interno de su americana y me ofrece, le digo que no con la mano y él bebe un largo trago. Luego yo le acerco mi cajetilla de Winston y el coge un cigarro, yo cojo otro y el me lo enciende con su mechero de oro. Parece que a él le ha ido mejor la vida que a mí.
Nos giramos los dos hacia la casa y nos acercamos a la enorme puerta metálica que separa la calle del jardín. Recuerdo el jardín verde y con un montón de árboles, las petunias de mi abuela, sembradas en un rincón llenaban de color el jardín. Pero ese colorido verde del césped y la copa de los árboles y multicolor de las muchas flores que mi abuela cultivaba ya no estaba. Ahora solo era marrón y triste. Había una alfombra marrón en el suelo formada por infinidad de hojas secas que se habían caído en algún otoño. Por fin me decido a abrir la gigantesca construcción metálica que era aquella puerta torneada y decorada con rosas de metal.
Jacques y yo avanzamos sobre aquella alfombra natural. El que en otro tiempo había sido el verde follaje de unos fuertes y poderosos árboles ahora crujía mustio y seco bajo nuestros pies. Es imposible que esta casa recupere el esplendor de antaño. Nos plantamos delante del pórtico de madera de cedro que da acceso al interior del caserón. Mientras busco en el bolsillo izquierdo de mi pantalón el llavín de cobre que abre la puerta oigo un crujir de hojas que se acerca a mí, el corazón me da un vuelco. Hay mucha gente que tiene motivos para matarme y que además han jurado hacerlo. Vaya día he elegido para dejarme la pipa en casa. Me giro lentamente aparentando tranquilidad, aunque estoy hecho un flan. Cuando me giro completamente la puedo ver avanzando con paso rápido hacia mí. Va vestida con unos ajustados tejanos azules con un descosido en la rodilla derecha, una camiseta blanca con una fotografía en blanco y negro de James Dean y unas bambas blancas de marca Nike. Cuando llega junto a mí me abraza y me besa apasionadamente. Se trata de Courtney, llevamos saliendo tres años y estamos pensando en casarnos, menos mal que no he traído mí nueve milímetros parabellum, no me hubiese hecho mucha gracia tener que ir de funeral un día tan alegre como hoy. Por lo visto las buenas noticias vuelan puesto que según me explica se ha enterado de lo de la herencia y viene a ver mi nueva casa.
Por fin abro la puerta y el chirrío que produce podría utilizarse en alguna peli de Cristopher Lee. Desde el  umbral del enorme portón puedo ver el gran salón en el que pasábamos el tiempo muerto y las escaleras que conducen al piso superior. Invito a entrar a mis dos acompañantes y cierro con cuidado la puerta, pero aun así chirría. Nos acercamos al salón y Courtney se queda prendada de la mecedora que usaba mi abuela. La había construido mi abuelo con madera de nogal, presumía de haber cortado el árbol con sus propias manos. Pero esa mecedora estaba polvorienta, llena de telarañas y el paso de los tiempos le había dedo un aspecto de fragilidad. Courtney le quita con la mano un poco del polvo que descansa sobre ella y se sienta. En el momento que lo hace yo cierro los ojos para no ver el batacazo que creó que se va a dar. Pero no oigo el ruido de tal batacazo, solo oigo el TAC-TAC que producen las patas de la mecedora al chocar contra el suelo.
Yo me acerco a la chimenea, en la misma que cuando era pequeño calentaba mi pan junto a los troncos ardientes que mi padre rellenaba a diario. Esa chimenea está ahora negra por culpa del hollín, y por la falta de cuidados.  También sirve ahora de pilar para el centenar de telarañas que tiene por todos los lados. Por fin cesa el tacatá de la mecedora y pido que me acompañen al piso superior. Subimos por las escaleras construidas con piedra negra de pizarra. Al pasar mi mano por el pasamano de metal recuerdo el día, cuando era muy pequeño, que me lancé resbalando por la barandilla y acabé estampándome con el suelo, partiéndome la nariz y abriéndome una brecha en la ceja izquierda que me supuso siete puntos de sutura. Ahora por lo menos puedo vacilar que la nariz me la partió un mastodonte de dos cientos kilos por intentar colarme en un local de moda.
Sin darme cuenta he llegado al segundo piso y me dirijo apresuradamente al que fue mi cuarto de niño. El suelo cruje bajo mis pies ya que parte de él es de madera. Cuando llego a la puerta de mi otrora cuarto la abro tan ilusionado como puede estar un crío cuando su madre le regala un caramelo. Tras abrir la puerta me siento en el borde de mi cama y cojo el que siempre ha sido mi juguete favorito, un peluche blanco, mi foquita Mik. Courtney y Jacques entran en la habitación en ese instante y yo escondo a Mik detrás de mí y me acerco a mi novia, la beso en la mejilla y le entrego a Mik y le digo que la cuide. Ella me besa en los labios y dice que le encanta. Son las ventajas de tener una novia que colecciona peluches, le regalas uno realmente alucinante y se queda tope de flipada. Les digo de que se queden viendo la casa, a mí no me apetece recordar más mi infancia. Yo les esperaré en la puerta. Solo quiero saber cuánto puedo sacar por esta casa y volver a mi oficina. Cuando salgo por la puerta me detengo un segundo observando por el quicio la cara de alucine que tiene Jacques. No puedo remediar mirar, aunque sea de reojo el físico monumental de Courtney, además, ahora que está un poco agachada es imposible de dejar de mirar su trasero. Está buenísima.
Bajo al primer piso y me apoyo en la pared junto a la puerta de entrada. De repente un extraño pensamiento se pasea por mis neuronas. ¿Qué era aquello qué  tenía esta casa y que era tabú para mí? Me dirijo rápidamente al salón y de  allí me dirijo a la cocina. Está igual a como la recordaba. La enorme mesa fabricada en Alaska con madera de pino español, ahora llena de minúsculos agujeritos producidos por la carcoma. Descansando sobre ella el libro de recetas de mi abuela. De ese libro sacó sus tortitas para el desayuno, sus crepes y su pastel de carne. El libro acumula ahora una buena capa de polvo, y manchas de humedad. Aquella cocina jamás volverá a ser la que yo recuerdo de mi infancia, tal vez nunca ha sido la que yo recuerdo. Pero no está aquí lo que yo busco. Salgo rápido de la cocina y me dirijo al cuarto de trabajo de mi abuelo. Abro la puerta y contemplo lo que allí hay. El caballete que utilizaba para pintar sus cuadros restaba de pie, gobernando el vacío de la habitación. Parece impérenme al paso del tiempo permaneciendo allí, preparado para que en cualquier momento alguien coloque un lienzo y empiece a trabajar en él. Pero tampoco está aquí lo que a mí me interesa. Salgo desilusionado y vuelvo junto al pórtico de entrada desistiendo así de buscar la llave de mi pasado que jamás conocí.
Cuando estoy a punto de llamar a mis acompañantes para dejar este lúgubre lugar se me enciende una bombillita. Me dirijo a toda velocidad al pasillo. Recorro el pasadizo a toda velocidad hasta que llego a su final. Delante de mí se alza una cortina roja de terciopelo que ahora, debido principalmente al paso del tiempo y ayudada por el polvo y las telarañas, restaba rosa y descolorida. Mi padre me prohibió que la atravesara cuando era niño, y mi madre me abofeteó repetidas veces una vez que me pilló apunto de atravesarla. Pero ahora la casa es mía y puedo ir donde quiera. Alargo mi brazo derecho para correr la cortina y en el momento en que toco la cortina noto como una mano me toca en el hombro. Se me escapa un grito de terror, estoy cagado de miedo. Me giro y me encuentro con un Jacques que se ríe de mi grito y a Courtney que me dice que no pasa nada. Menudo susto me han dado. Menos mal que Courtney hace que se me olvide el susto con el beso que me da. Abro la cortina y una misteriosa puerta negra aparece de detrás. Busco en mi bolsillo alguna llave que no sepa de que es. En mi bolsillo hay un pequeño llavín de oro que introduzco en la cerradura y lo giro hasta que oigo el ruido de que la puerta está abierta. Antes de  abrirla miro un instante por la pequeña ventana que da a la parte trasera del jardín y me detengo a observar la pequeña construcción utilizada como leñera y que yo utilizaba de cuarto de juegos. Vuelvo mi mirada hacia mis compañeros que esperan ansiosos saber que oculta la puerta negra. Por fin me decido y la abro.
El interior de aquella sala nos horroriza. Además de no tener ni una sola mota de polvo está decorada con multitud de dibujos ocultistas. Infinidad de estrellas de cinco puntas dentro de un círculo y con la cabeza de un macho cabrío en su interior y tres seises al lado, extraños textos escritos en un idioma desconocido y cosas por el estilo están por todas las paredes. Nos adentramos un poco más y debido a que las cortinas están corridas no vemos muy bien. Courtney se me acerca y me coge fuertemente de la manga de mi camisa de seda azul. Avanzamos un poco más y en un rincón, en el suelo, encontramos una tabla de Oui-ja partida por la mitad. Cuando Jacques la ve sale corriendo buscando la puerta y yo le pregunto que qué le ocurre y él me responde:

—Cuando hay una Oui-ja rota, es que un espíritu se ha liberado y puede atacar en una forma física. Si eso está aquí yo me largo.
Yo insisto en que no pasa nada pero él se dirige a la puerta. Cuando está a un solo paso de salir por la puerta esta se cierra de golpe y cuando Jacques intenta abrirla grita de pavor ya que según dice esta atrancada. En ese instante noto como los largos, finos y delicados dedos de Courtney me aprietan. En ese apretón puedo notar su miedo, está aterrada, yo también lo estoy, pero si lo demuestro nos desesperaremos ya que soy el único capaz de buscar la salida a esto. Jacques cae al suelo sollozando, parece un niño aterrado tras ver una película de miedo. Le digo que se levante, un tipo de treinta años no queda bien llorando de rodillas cual una Magdalena. Luego avanzo un poco más llevando siempre pegada a mí a Courtney. Delante de mí tengo algo parecido a un potro de tortura medieval. Es un banco de madera, no sé de qué tipo, con cuatro grilletes (dos para las manos y dos para los pies) y hay restos de sangre seca  en la madera y en los grilletes. Cuando Courtney ve eso se le escapa un grito terrorífico que suena seco y ahogado a la vez. Intento consolar a Courtney pero no hay manera de conseguirlo. Doy un paso más y veo una pequeña mesa con distintos artilugios de tortura, pero el que más me llama la atención es un pequeño cuchillo curvo. Vi uno igual cuando investigaba a una secta satánica en Philadelphia. No hay duda, es un cuchillo ritual utilizado para hacer sacrificios de humanos. Prefiero no comentarlo, tal y como están las cosas solo serviría para empeorarlas.
No aguanto más tiempo sin luz, esta luz tenue y lóbrega me está jodiendo la vista. Le digo a Courtney que me acompañe un paso más y corro una cortina dejando que entre la luz del día en la casa. La lobreguez cesa y me entretengo un instante mirando por la ventana, el viejo roble que utilizaba de escondite secreto ahora yacía muerto en el mismo lugar de siempre. Cuando devuelvo mi vista al interior puedo ver, aunque parezca increíble, la figura de mi abuelo delante de mí que me sonríe. ¿Cómo va todo, nieto? me dice y a Courtney se le escapa un grito que parece más bien un aullido de lo agudo que le sale. Me giro un momento y puedo ver como dos extrañas figuras humanoides están acercándose a Jacques una y a mi posición la otra. Un segundo después oigo un ruido por detrás y de reojo veo como el cuerpo de Jacques yace ahora inconsciente en el suelo. Mi abuelo me golpea un derechazo a la mandíbula y me deja sentado en el suelo, luego coge a Courtney y se la lleva al potro de tortura. Me levanto e intento dirigirme a mi abuelo, pero esa maldita figura que vi acercárseme me corta el paso. Vaya momento para dejarme la pipa en casa, aunque creo que ya os he explicado eso antes. Tendré que reducir a esto que me planta cara con mis conocimientos pugilísticos, porque, por si no lo sabéis, fui boxeador amateur de los pesos pesados y estuve a punto de ser campeón, lo evito un inglés que conducía un tráiler a las diez de la noche por una transitada calle de Vancouver. Le atizo un derechazo y luego le doy un crochet de izquierda, como todavía aguanta en pie le atizo un gancho de derecha a la mandíbula que lo aleja de mi un poquitín, lo justo para ver como mi abuelo coge el cuchillo ritual y lo levanta intentando clavárselo en el pecho de mí, ahora amordazada en el potro de tortura, prometida. Salgo corriendo hacia él, y cuando estoy a punto de llegar a mi antiguo querido pariente veo como un espadón baja a toda velocidad con la intención de atravesarme. No tengo tiempo de esquivarlo, solo tengo tiempo de ver como mi abuelo baja muy rápido el maléfico cuchillo buscando el pecho de Courtney. Que el Señor nos perdone y purgue nuestras culpas. 

Eso es todo por hoy, os espero en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

sábado, 24 de marzo de 2018

En grupas de Pegaso

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

En esta ocasión voy a compartir con vosotros la portada de una nueva antología que lleva un relato mio, es de temática de fantasía y son pequeños cuentos de no más de cinco líneas. Está publicado por Diversidad Literaria y lleva por título "Microfantasías III". Diré que forma parte de un certamen literario. Aquí os dejo la portada:


El relato que aparece en esta antología lleva el mismo título que esta entrada "En grupas de Pegaso" y como es habitual os dejo el relato para que podáis disfrutarlo. Es este:

La ciudad se ve mucho más bonita desde arriba. Siempre lo han dicho pero hasta ahora no lo había comprobado. Desde aquí ni los gigantes se ven tan grandes ni los dragones tan peligrosos. Todos tenían razón. Nada para salir a dar una vuelta como las grupas de Pegaso.

También os quiero compartir una entrevista que me han hecho hace poco, es para una página llamada "La voz del escritor" y os dejo el enlace a continuación para todos aquellos que tengan ganas de conocerme un poco más. Aquí os dejo el enlace, pero como siempre, sin ningún tipo de compromiso: 

https://lavozdelosescritor.wixsite.com/misitio/single-post/2018/03/13/Entrevistando-a-Samuel-Ramos

Por hoy es todo, espero que os haya gustado este relato y que lo disfrutéis. Nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

viernes, 16 de marzo de 2018

Viaje al pasado

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

En un día como hoy, que no tiene nada de especial y a la vez puede serlo mucho, quería compartir un relato con vosotros. Es uno corto pero que personalmente me gusta. Cómo podéis ver la cabecera lleva por título "Viaje al pasado", y dice así:

Caminaba sola por aquella desértica calle de una no menos desértica ciudad. Años atrás esa urbe había sido una metrópolis cosmopolita y superpoblada, avanzada tecnológicamente y fértil. Nada queda de todo aquello. Tan solo gigantescos esqueletos de hierro y hormigón, que recuerdan lo que un día fueron edificios y rascacielos, como compañía. Sus pisadas levantan una fina capa de polvo, o tal vez sean cenizas o algo peor que es mejor no saber. La humanidad, ese orgullo, o esa lacra, ya no existen como tal. Tan solo unos pocos supervivientes como ella misma, diseminados por todos los rincones del mundo. Pero saben que tienen los días contados. No solo la vida humana como la conocíamos había desaparecido, también la fauna y la flora lo habían hecho. El agua, un bien en otros tiempos abundante, escaseaba, aunque sería más correcto decir que no existía y la poca que quedaba estaba contaminada y no era apta para el uso humano. Con este panorama era evidente pensar que las pocas personas que aún pululaban por el mundo estaban condenadas a morir. Pero ella tenía un motivo para vivir.
Iba cargada con una mochila que contenía toda su vida, y no era mucho lo que esta contenía. Una cantimplora seca, por si alguna vez volvía a encontrar agua (¿cuánto hacía que no bebía?), un álbum de antiguas fotografías familiares, en la que además de sus padres aparecía ella de pequeña; un pequeño botiquín que contenía varias vendas y apósitos y un bote de alcohol entre otros útiles; un diario personal en el que había narrado todo cuanto le había acaecido en sus días, especialmente en los posteriores al cataclismo que les llevó a la situación actual en la que se encontraban; un antiguo y ajado libro, el primero que leyó y su favorito, una fábula en la que los animales de una granja se ponen a gobernar esta titulado “Rebelión en la Granja” de George Orwell; un encendedor de tipo “Zippo”, pese a que no fumaba y un feo peluche no más grande de una palma humana, un oso vestido con un chubasquero amarillo y un gorrito a juego, el único recuerdo que le queda de su infancia y del que no se ha separado en la vida.
El tiempo se le acaba, no solo a ella, es todo el planeta el que está muriendo. Pero no puede permitir que eso ocurra. No ahora que está tan cerca de lograr su objetivo. Mientras los pocos que quedan de su especie, los humanos, dedican sus esfuerzos y también sus fuerzas, en tareas inservibles como buscar alimento o agua, si lo hubiera, estaría tan corrompida y pútrida como el resto del planeta. Otros se dedican a buscar a otras personas para tratar de volver a formar una civilización y otros, otros era mejor que no existieran pues vivían por y para buscar supervivientes y alimentarse con ellos. Eran los más corruptos entre los corruptos, engendros que nunca debieron existir.
Ella en cambio lo que buscaba era lo único que realmente podía salvarlos,  a ella y al resto de los pocos que malvivían en un mundo condenado a extinguirse. Y estaba tan cerca de lograrlo. Algunos de los pocos con los que se cruzó le dijeron que estaba loca, que desistiera de su cometido, otros, menos aún, le pidieron que al menos llevara algún tipo de arma a modo de protección individual. El resto simplemente le ignoró o la trataron poco menos que de loca. Pero ella sabía que no estaba orate, al menos ella seguía viva, que era más de lo que podían decir muchos de los otros que habían sucumbido víctima de la parca (los más afortunados) o de los carroñeros los menos. Carroñeros, ese era el nombre que tenían los que se alimentaban de humanos, y cada vez era mayor el número de estos, pronto tendrían que empezar a devorarse entre ellos, como un ente que se fagocita a sí mismo. Por suerte ella sabía cómo evitarlos, su olor los delata pues hieden a podrido y muerte. Un olor claramente detectable a varios kilómetros de distancia.
Pero ya no tenía que preocuparse más por ellos, ya no, pues estaba en el lugar más seguro que jamás existió. En el pasado había sido una base ultra secreta de un gobierno corrupto de los muchos que existían, ella lo sabía porque había trabajado allí, en una época no tan lejana y que parece pretérita ya. En realidad no trabajó nunca, ¿cómo podía haber trabajado si tan solo tenía diecisiete años?, lo que había hecho eran las prácticas, pues estuvo como becaria allí. Era una chica callada pero muy observadora y sabía que lo que allí se preparaba era muy grande, algo que podía cambiar la vida, algo que sería el mejor viaje para quien pudiera permitírselo en el futuro, que no era más que un prototipo y que, aunque había sido probado con éxito, no tenía garantías de que fuera fiable al cien por cien. Pero era su única esperanza.
Era algo parecido a un tanque criogénico, diseñado originalmente para que los astronautas recuperaran la forma tras los viajes interestelares, que posteriormente fue manipulado con un único objetivo, llevar a su ocupante a otro lugar en la historia, en el tiempo o en el espacio. Aquel ingenio era lo que todo el mundo llamaba una máquina del tiempo. Y ella era la única persona que sabía hacerla funcionar. Pero necesitaba una fuente de calor para que pudiera funcionar y ya no quedaba ni petróleo ni sus derivados, tampoco carbón y mucho menos electricidad. Pero ella tenía fe que el alcohol bastara para hacerla funcionar. Introdujo una venda previamente empapada con él en la botella que contenía el citado líquido y tras prenderla con el encendedor la depositó con mimo en el lugar destinado al combustible. Abrió la puerta y se metió dentro cerrándola a la vez. Le pareció oler aquella peste que precedía a los carroñeros pero ya no podían hacerle nada. Marcó una fecha en aquella máquina, 2018, justo antes de que todo empezara, tal vez pudiera convencer a los políticos de que no cometieran los errores que ella había visto y reflejado en su diario, y se acomodó en la silla.
No tardó en sentirse cansada, podía ver a aquellos come hombres apresurarse a colarse en aquella base secreta, iban a por ella. Cerró sus ojos víctima del sueño que aquella máquina provocaba se abrazó a su peluche mientras se acariciaba la barriga. «Vas estar bien hija mía. Ahora vas a estar bien mi amor» decía mientras Morfeo la mecía en sus brazos y era trasportada a un lugar mejor, o puede que no.

Espero hayáis disfrutado con su lectura, por hoy es todo, nos vemos en "Mi Rincón de escribir". Nos leemos.

viernes, 9 de marzo de 2018

¿Cuánto hace que no te dices me quiero?

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

En el fin de semana posterior al Día de la mujer trabajadora quería traeros un relato inédito inspirado en y por las mujeres. Pero a última hora he decidido cambiar de opinión, no por nada, el relato lo compartiré otro día pues cualquier día y todos los días deben de ser el de la mujer trabajadora. Pero he decidido cambiarlo para haceros una pregunta, una pregunta íntima y que deberíamos hacernos a diario.

¿Cuánto hace que no te dices me quiero? Sí, cuánto tiempo hace que no te dices a ti mismo "Me quiero". Nos lo tendríamos que decir veinticuatro horas al día los trescientos sesenta y cinco días del año. Pero nos cuesta mucho. Y lo sé de una manera que muchos de vosotros no creeríais. He tenido, tengo y tendré muy poca empatía por mí mismo, considerándome, la mayoría de las veces inferior al resto de personas. Cuando no era una cosa era otra pero siempre encontraba algo para empequeñecerme. Siempre había alguien que actuaba mejor que yo, que estudiaba mejor que yo, que hablaba mejor que yo, que escribía mejor que yo, etc. Y es cierto, siempre habrá alguien que haga las cosas que yo, es normal y hasta lógico, pero ahora, después de muchos años y, por que no reconocerlo, de pasar por una depresión que gracias a Dios quedó atrás.

Lo que quiero decir es que hoy día he aprendido a saber que no por ser menos que alguien en alguna cosa significa que sea peor que esa persona, o que cualquier otra. Simplemente soy yo. ¿Qué importa si no soy el mejor? ¿Qué importa si soy el peor? Soy yo, único e irrepetible. Y por que no decirlo ME QUIERO. 

Os garantizo que no ha sido un aprendizaje sencillo, que sigo pensando que no merezco nada de las cosas buenas que me pasan pero, y no es por falsa modestia, he decidido aceptarlas y dar las gracias. Os pondré un ejemplo, mucha gente me ha dicho que mi primer libro "Amonathep" les ha gustado. Años atrás habría pensado que me lo decían por quedar bien conmigo y que el libro no era para tanto. Eso hubiera sido antes, años atrás, pero ahora sé que son sinceros y que el libro si lo merece. Es verdad. Lo merece. También merece que no guste, porque eso (y este es el verdadero aprendizaje)no depende de su calidad, de lo bien o mal escrito que su género nos guste más o menos, el hecho determinante no es su calidad, es una cuestión de gustos, sin más, y cada uno tiene los suyos propios.

Como esto con todo. Las cosas no son buenas o malas, son ambas cosas a la vez y ninguna. Como en la vida, las cosas dependen del color del cristal con el que se miran las cosas. Y eso no significa que seamos peores o mejores, somos nosotros, somos únicos y somos como somos y no hay nada más.

Os garantizo que a mí me ha costado aprenderlo, lo prometo, pero ahora no me cuesta decir que ME QUIERO. ¿Y tú? ¿Te quieres? Por hoy es todo, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.

sábado, 3 de marzo de 2018

No pudo ser, de momento

Buenas noches desde el rincón en el que escribo.

Si todo hubiera salido como debiera hoy os estaría hablando de que tal fue la experiencia de la ruta literaria por las calles de La Llagosta donde se leerían pasajes de Amonathep. Coincidiendo, además, con su primer aniversario. Pero no pudo ser como digo. Es una lástima pues me apetecía muchísimo hacerlo y además creo que podía ser muy chulo.

Pero la metereología no nos pirmitió celebrarlo, pero habrá otras ocasiones, cuando el tiempo sea más agradable y todos estemos más a gusto bajo el sol. Por supuesto os avisaré cuando eso ocurra para que me acompañéis en este acto. Mientras eso llega, os dejo un fragmento de lo que se iba a leer ese día.

Víctor colgó. Le encantaba llamar por  aquella cabina, sobre todo desde que descubrió que no mostraba el número.
Luego metió otra moneda en la cabina y marcó un nuevo número y esperó a que le contestaran.
Parroquia ¡Mànim! le dijo una voz con acento catalán.
Padre Gerardo, he de hablar con usted, es urgente.
¿Qué pasa?
Quiero confesarme padre, pero no me gusta hacerlo en la iglesia, me da claustrofobia, prefiero los lugares abiertos. ¿Qué tal si nos vemos en diez minutos en la plaza Europa?
Pero, ¿qué es eso tan serio que has hecho y que no puede esperar a mañana?
He matado a dos personas, en diez minutos.
Cuando acabó la frase colgó sin esperar respuesta. Volvió a descolgar el teléfono e hizo ver que charlaba. Cuando un sacerdote con gesto de preocupación y andando a toda velocidad  se cruzó por delante de él no le prestó la mínima atención.
Entonces Víctor volvió a colgar, se montó en la bicicleta de montaña que había junto a él y se marchó. Sabía que la bicicleta y la juventud le daban ventaja, pero aun así aceleró la marcha. Necesitaba llegar antes para tener superioridad.
Cuando llegó sonrió, no solo no había llegado el sacerdote sino que además no había nadie. Ocultó la bicicleta tras un banco y se metió en el rincón más oscuro hasta que escuchó los pasos acelerados de un hombre preocupado y como este decía:
¿Estás aquí hijo?
Sí, padre, aquí estoy le contestó.
Dónde?
Es igual, lo que tengo que decirle es muy grave.
Este no es el mejor lugar para…
Para mí sí.
¿Dice que ha matado a dos personas?
Sí padre, ¿sabe la prostituta esa de las noticias?, pues ella fue la primera.
¿Tú la mataste?, pero ¿por qué?
Eso no importa.
¿Y la segunda? Preguntó el sacerdote más por curiosidad que por querer saberlo.
¿Estoy bajo secreto de confesión?
¡Por supuesto hijo!
La segunda víctima aún no se ha producido, todavía no, pero casi, la segunda víctima es… usted padre Gerardo.

Por hoy es todo, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.