Buenas noches desde el rincón en el que escribo.
Pues sí, como pone en el título ya van diez, me refiero a concursos en los que he resultado finalista. En esta ocasión la alegría vuelve a ser doble pues mi hermano repite y compartiremos una nueva antología. En esta ocasión el concurso era el I certamen de Fantasía y Ciencia Ficción de Editorial Donbuk, aquí os dejo la portada del mismo:
El relato os lo dejo a continuación, lleva por título: Andrómeda Quick Asylum y es de corte futurista, dice así:
Ptolomeo
contemplaba las vistas desde el gran ventanal de su habitación. Estaba
cautivado por tanta belleza. LaBelle, su esposa lo observaba desde el lecho
conyugal. Ambos estaban completamente desnudos pues acababan de hacer el amor.
El brazo derecho de él, cubierto de cobalto y níquel brilló cuando la luz de
una de las estrellas fugaces que surcaban el infinito incidió sobre este. Con
la mano izquierda saboreaba el ambarino líquido que eones atrás fuera llamado
whisky. Los cubitos de hielo tintinearon cuando dejó el vaso en una de las
repisas vacías que se encontraban en la pared más cercana a donde se
encontraba. Llevaban menos de cinco horas en aquel que era su nuevo hogar y aún
no habían podido sacar nada de los embalajes en los que se encontraba sus
pertenencias. Aunque se encontraba de espaldas a su mujer esta podía ver el
ceño fruncido que se adivinaba en la cara de él.
—¿Qué es lo que te preocupa amado
mío? —le preguntó poniéndose en pie y acercándose a él por la espalda.
—¿Por qué me ha de preocupar algo?
—dijo él sin retirar su mirada de las estrellas.
—Te conozco —prosiguió LaBelle— y sé
que algo te atormenta, llevas ausente desde que entramos en este lugar. Tanto
es así que ni siquiera en la cama has sido capaz de evadirte de tus problemas,
sean estos cuales sean y eso no te había ocurrido nunca —le abrazó por la
cintura y le dio un beso en su musculada espalda, pudo comprobar que aún estaba
sudada y el sabor salado que desprendía le recordaba lo mucho que le amaba.
—¿Acaso no he cumplido como de
costumbre?
—No tengo queja eso es cierto —se
pegó más a su cuerpo, sus enormes y preciosos senos se aplastaron contra él—
pero ciertamente hoy no has estado como siempre.
Se giró y la miró a los ojos azules.
No podía decir eso de mucha gente pues en sus casi dos metros de estatura eran
pocos los que podían hacerlo, uno de esas pocas personas que podían mirarlo sin
tener que levantar la vista era su esposa. Le acarició cariñosamente una de las
mejillas con su dedo índice, como si quisiera limpiarle una lágrima inexistente.
Luego le beso apasionadamente en la boca, beso al que ella se unió. Cuando
además de compartir saliva sus lenguas entraron en contacto la mano de ella se
dirigió al pene de él pero este se apresuró a apartarla y se separó un poco.
—¿Qué te ocurre Ptolomeo? Es la
primera vez en tu vida que rehúsas el contacto sexual conmigo, ¿acaso amas a
otra? ¿Ya no te atraigo? —le preguntó ella y no pudo evitar que sus ojos se
anegaran de agua.
—No es eso —le contestó él tomando
de nuevo el vaso de la repisa— ¿dónde iba a encontrar a una mujer como tú? Lo
tienes todo mi amor, eres una mujer inteligente, fuerte, valiente, fiel,
atractiva y muy sexy, cualquier hombre daría su vida con tal de poder verte así
como yo te veo ahora, imagina lo que harían por poder mantener una relación
contigo.
—Entonces, ¿qué es lo que te ocurre?
Él caminó un par de pasos y se
detuvo, le dio un largo trago al vaso y saboreó el amargo néctar unos segundos
en su boca, luego se giró de nuevo a LaBelle y la contempló unos segundos.
Ciertamente era una mujer muy bella. Además de ser tan alta como él y tener
unos ojos azules preciosos tenía una melena rubia y rizada a lo afro, un
escultural cuerpo de ébano con una excelente figura de grandes y turgentes
senos y unas largas piernas. Era un hombre tan afortunado por compartir su vida
con ella. Suspiró y se sentó sobre la cama.
—¿Nunca te has preguntado por qué
nos destinaron a este lugar? —le preguntó, ya no quería guardar su dolor para
él nunca más.
—Es un ascenso —le contestó ella
mientras caminaba hacia su marido contoneando sus caderas—, tu premio por la
defensa que hiciste de la Tierra, en aquella batalla contra los alienígenas
perdiste tu brazo y casi la vida, pero conservaste el planeta. Eres el héroe de
todos los humanos.
—¿Eso te contaron? —prosiguió él sin
poder contener ya las lágrimas— ¿Esa fue la mentira que te contaron para que me
siguieras?
—Te habría seguido al infierno si
fuera necesario, eres mi esposo y te amo.
—Entonces abre tus ojos mi amor.
Esto no es un ascenso, si fuera así estaríamos en la Luna, como todos los
supervivientes de aquel ataque. No soy un héroe, soy un villano. El planeta
sobrevivió, es cierto, pero es yermo e inhabitable. Es solo una bola de piedra
sin vida, uno más de los muchos meteoritos que pululan por el universo, y es
culpa mía. Nunca debí lanzar aquellos misiles. Pasarán milenios antes de que
ese planeta pueda volver a engendrar vida si es que lo hace alguna vez. Y todo
por mi culpa.
—No tuviste más opción que hacerlo.
—¿No la tuve? —apuró el contenido de
un trago y empezó a vestirse con su uniforme de gala —No sabes dónde estamos,
¿verdad LaBelle?
—En Andrómeda Quick Asylum, un
hospital flotante.
—Es un frenopático, pero es algo más
y peor, es una cárcel donde se encuentran los criminales más peligrosos y los
enfermos terminales. Es el estercolero al que envían a todos aquellos que no
quieren tener cerca, ni de la Luna ni de la Tierra. El lugar al que mandan a
todos los que les molestan o los que no comulgan con sus ideas. En otra época a
este lugar se le hubiera denominado «campo de concentración» o «de exterminio»
—esto último lo dijo con un énfasis especial en la palabra exterminio—. ¡Nos
han desterrado!
—¡No digas eso! —pudo decir antes de
que empezara a llorar desconsoladamente.
Él se acercó a ella y le dio un
casto beso en la frente justo antes de rozar en una cariñosa caricia uno de las
aureolas de ella y su pezón.
—Vístete, no tardaran en venir a
buscarnos mi amor, no estaría bien visto que te encontraran tal y como tu madre
te trajo al mundo.
Dejó el vaso sobre la repisa de
nuevo y se caló la boina azul con la que se tocaría la cabeza. Luego contempló
su imagen en el espejo, las cuatro estrellas de su cuello, indicativo de su
rango, brillaban con un destello propio. Las diversas medallas en su pecho le
recordaban un pasado glorioso. Y la bandera de su brazo, una bandera de un país
que hacía siglos que dejó de existir, como el resto de lo que alguna vez fue su
planeta, la bandera de las barras y estrellas. Empezó a ponerse sus guates, no
le gustaba que los desconocidos vieran su brazo biónico. Se giró hacia la cama
donde se encontraba su mujer y la observó mientras se vestía. Se colocó bien el
nudo de la corbata y se puso la casaca verde. Luego fue hasta donde se
encontraba su esposa y le ayudó a acabar de vestirse. Cuando le ceñía la
corbata le dio un beso en los labios, fue un beso largo y probablemente el más
amoroso que nunca hasta ese momento le diera. En el mismo momento que sus
labios se separaron alguien llamó a la puerta de su alcoba.
«¡Adelante!» dijo autoritariamente
girándose a la puerta para ver quién llamaba. Dos hombres uniformados
atravesaron el umbral y se cuadraron ante él. Pero no pudieron ocultar los
objetos que portaban. Uno de ellos sostenía una camisa de fuerza de un tamaño
considerable, el otro unas esposas. «¡NO ME DEJARÉ ATRAPAR!» gritó mientras
desenvainaba su pistola láser y disparaba
sin apuntar. Los dos hombres se separaron y el tiro no les impacto y Ptolomeo
salió corriendo por la puerta abierta. LaBelle cogía la bata blanca que había
caído al suelo mientras hacía el amor con su marido y empezó a ponérsela.
—Doctora ¿se encuentra bien?, ¿le ha
hecho algo ese hombre? —le preguntó uno de los hombre reincorporándose y
poniéndose de pie.
—¿Qué podría hacerme? Es mi esposo.
—Cierto doctora LaBelle, pero
también es un enfermo, vive en un mundo de fantasía en el que se cree un
general o no sé qué.
—Sé lo que le ocurre, además de su
mujer soy su psiquiatra, pero nunca pensé que estuviera tan mal.
—¿Qué quiere decir? —le preguntó el
otro hombre mientras comprobaba por el ventanal como un caza se alejaba a toda
velocidad.
—Ya no cree la mentira que le
contamos de que era un héroe, ya empieza a saber la verdad, ¿Cuánto tardará en
descubrir que yo fui quien le traicionó enviándolo aquí?
Y sin
decir nada más se acercó a los dos hombres que había junto a ella y los empezó
a acariciar mientras los desnudaba, ellos, le acariciaban también a ella y la
besaban en el cuello. «¿Cómo pudo darse cuenta que esto era un destierro para
él?» se dijo.
Espero os guste, es todo por hoy, nos vemos en "Mi Rincón de Escribir". Nos leemos.
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